La Briseña

Le nombran “La Briseña” por estar situada frente a la ciudad de Pechina, antigua Bayyana, floreciente puerto mediterráneo según relatan historiadores y geógrafos árabes del siglo X. La brisa del mar llegaba hasta la puerta de mi casa, de ahí su denominación en el pueblo de Benahadux, al que pertenece catastralmente, siendo en el Ruiní, donde está situado, el lugar de reunión del más importante sufismo de entonces, filosofando de lo humano de este mundo y de lo divino del más allá.

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Descripción

ISBN 978-84-946534-6-9 80 páginas Tamaño 143 x 187 mm.

La Briseña – Carlos Pérez Siquier

Fotolibro. De lo humano y de lo divino

Hace más de cuarenta años tuve el acierto de adquirir a mi médico de cabecera, con familia de alcurnia, una casa de pastores segregada de la hacienda aledaña de los Vizcondes de Almansa, «La Briseña».

Le nombran “La Briseña” por estar situada frente a la ciudad de Pechina, antigua Bayyana, floreciente puerto mediterráneo según relatan historiadores y geógrafos árabes del siglo x. La brisa del mar llegaba hasta la puerta de mi casa, de ahí su denominación en el pueblo de Benahadux, al que pertenece catastralmente, siendo en el Ruiní, donde está situado, el lugar de reunión del más importante sufismo de entonces, filosofando de lo humano de este mundo y de lo divino del más allá.

No podía ser de otra manera que yo también tuviera después una cierta influencia sufí, o por lo menos su tradición, no sólo reflexionando sobre la finitud de la vida sino que también dedicara mi ocio al mantenimiento de la casa, restaurando sus muros y respetando el paso del tiempo en los objetos que la habitan, ya que en su entorno la luz dibuja cabalísticos signos en la cal de las paredes, provocando a veces originales visiones que procuro eternizar con mi pequeña cámara.

«La Briseña» es un lugar apacible, ajeno a vecinos indiscretos, a ruidos y agobios, es el retiro ideal para enfrentarme a un paisaje austero, de espacios abiertos a la mirada, oyendo el trinar de los pájaros al alba y el canto de los grillos al atardecer, a la vez que riego mi personal jardín del desierto, y es, en esta paz, en ocasiones, cuando me viene a la memoria la sabia reflexión del poeta andalusí: «La mata de albahaca que hay en mi casa es más preciosa para mí que el propio paraíso».